Por José Mª García y Pilar Moreno
Después de unos días en Grecia, el Lunes 16 de Julio entramos en Turquía, en la frontera hicimos el visado que nos costó 15 Euros a cada uno. Antes de entrar en Estambul, ya era mediodía, paramos a comer en una restaurante a las afueras, en la mesa de al lado comían tres policías uniformados, en el otro lado una familia con sus hijos pequeños, hasta ahí todo normal. Terminamos de comer el Kebap para Jose y ensalada de yogur con un montón de hierbas para mi, nos pusimos las chaquetas, cascos y los policías al mismo tiempo se subían a su coche patrulla. Nos siguieron unos quinientos metros, pusieron la sirena, nos indican que nos paremos a un lado de la carretera, pensamos: ¡si no hemos hecho nada! Dos de ellos bajaron del coche, el tercero se quedó dentro, nos pidieron los pasaportes. Mientras Jose buscaba la documentación en bolsa y se los daba al agente yo me quité el casco. El otro policía me lo arranca de las manos y juega a ponérselo, ante mi atenta mirada veo como dentro me pone un papel y lo señala con el dedo para indicarme que eso es para mi, me devuelve el casco, el otro los pasaportes y con gestos nos dicen que nos vayamos ya. En marcha miro el papel en el que sólo había unos números, digamos que era su teléfono de contacto ¡no podíamos creerlo! Aunque supongo que si lo hacían así, es porque en alguna ocasión les habría funcionado o habían visto demásiadas veces la película “La pasión Turca”.
Llegamos al Moto Club Istanbul Cycling Biking, donde nos esperaba Memhet y Adil, dos grandes viajeros turcos que ahora dedican gran parte de su tiempo a ayudar a otros motoviajeros. Reciben y envían motos, piezas, gestionan documentación, de hecho, nuestros segundos pasaportes que venían de Madrid con los visados de Irán recientes los recibieron ellos.
Este motoclub es un punto de encuentro para muchos moteros locales y de otras partes del mundo, tanto que allí nos reunimos con los americanos Si Kalian y Jefferson Parke, con los que haremos la ruta en China y con nuestro amigo mexicano Oscar Papayaco. Con tanto motero internacional junto, una de las noches en el local nos prepararon una estupenda cena. ¡¡Increíble el trato y el cariño que recibimos!!
En esta ciudad nos alojamos en un estupendo ático frente al motoclub, a unos nueve kilómetros del centro, bastante cómodo, con terraza, una cama muy cómoda y por supuesto: ¡aire acondicionado! Pasamos cuatro noches como en casa y por unos 40 Euros/día. Hay que tener en cuenta que los precios de Estambul son casi como si estuvieras en España, por ejemplo la gasolina ahora cuesta unos 2 Euros el litro.
En esos días teníamos planificado hacer la revisión de los 10.000 km a la moto, por supuesto no íbamos a dejarla en cualquier lugar, la llevamos a Touratech Turquía, situada en la parte asiática de Estambul. Allí Onur nos trató de una forma excelente, la moto quedó impecable en manos de estos profesionales y por supuesto, buen precio.
Tras visitar los lugares más representativos de la gran ciudad: Sultán Hamed, la Mezquita Azul, Hagia Sofia, El Gran Bazar, Mercado de las Especies y ya con la moto lista nos pusimos en marcha. Cogimos el ferry para cruzar el mar de Marmara, llegando a Yalova. Ruteamos bordeando el lago Iznik donde esa noche terminamos acampando en el recinto de una escuela de vela y deportes de agua. Pusimos la tienda en la orilla del lago y para estrenar nuestro material de acampada estuvo genial ya que estábamos solos con el vigilante, teníamos duchas, wifi y todo gratis.
Toda la ruta por Turquía nos ayudó a prepararla Adil del motoclub, que tiene más de un millón de kilómetros en su país y nos recomendó los mejores lugares para los días en los que teníamos que cruzar este, aunque sin duda Turquía da para muchísimo más.
Seguimos hacia el sudoeste, carreteras y pistas entre montañas, donde no nos libramos de una gran tormenta de agua, hasta llegar a la provincia de Denizli, nuestro objeivo era Pamukkale. Desde lejos se puede ver la ladera de la montaña blanca de la cual brotan unos tremendos escalones blancos, tuvimos la sensación de estar viendo cataratas congeladas. Como habíamos llegado a última hora de la tarde, pasamos la noche en una pensión en KaraHayit, en el baño de la habitación teníamos una terma natural y donde el agua ¡salía a 50º! Yo soy más de agua fresquita….. Cuando nos despertamos fuimos a conocer la antigua ciudad de Hierápolis y por supuesto esas piscinas blancas de bicarbonato y calcio que veíamos desde la carretera, increíble el calor que pasamos aquel día.
La ruta siguió por el lago Egirdir, el segundo más grande de agua dulce de Turquía. Si hasta ese momento nos había llamado la atención la hospitalidad de los turcos, fue más cuando paramos en la orilla a darnos un baño y una familia vino a invitarnos a tomar un te con ellos, lo hicieron para nosotros en una tetera de leña. Increíblemente amables se interesaban por nuestro viaje y nos contaban como era su vida. Unos kilómetros más adelante y antes del atardecer encontramos en el mismo lago un recinto cerrado donde la gente va a pasar el día, hablamos con el vigilante y por algo menos de 5 euros nos permitía pasar allí la noche. Pusimos la tienda de campaña y antes de pensar que íbamos a cenar esa noche, unos chicos que hacían barbacoa cerca nos trajeron un plato con pollo y pimientos recién sacado de la parrilla, pan y agua fresca, otra familia se acercó con frutas que utilizamos para desayunar… nuevamente nos quedamos….sin palabras.
Recorrimos 450 km hasta Cappadocia, una región llena de cavernas naturales y artificiales, muchas de ellas aún habitadas y otras convertidas en hoteles. Nosotros nos alojamos dos días en el hotel Dream Cave de Goreme, pueblo muy turístico y con un mirador donde contemplamos una puesta de sol alucinante, fantásticos colores para tremendo paisaje lunar.
En el hotel conocimos a Paola y Ruggero, una pareja de profesores Venecianos que están haciendo una ruta parecida a la nuestra pero con sus mochilas y en bus, quizás nos volvamos a encontrar con ellos en algún otro país.
Tranquilamente visitamos el Valle de Ihlara, aunque no nos convenció la idea de hacer la ruta de treking porque la temperatura era de unos cuarenta cinco grados, así que la opción más refrescante fue entrar en la Underground City de Derinkuyu, una ciudad construida a 60 metros de profundidad y donde se piensa que vivían unas 3.000 personas que temían un ataque. Tenían de todo; establos, bodegas, almacenes, tiendas, prensas para hacer vino… Estaba genial, pero yo hubiera preferido ser atacada y ver el sol cada día a vivir segura en tremendo sótano.
Tuvimos que viajar todo un día hasta la provincia de Adiyaman, donde nuestro objetivo era visitar el monte Nemrut. Desde la entrada al parque recorrimos cinco kilómetros de pendiente hasta llegar al “campo base”, que es donde se termina la carretera. Dejamos la moto y subimos por el empedrado sendero que nos llevó hasta las estatuas que el rey Antíoco I Theos de Comagene mandó construir en el año 62 a.C. Por un lado de la cima encontramos un montón de cabezas, las estatuas debían tener unos 9 metros de alto, por el otro lado los mismos dioses pero con una altura impresionante, casi 50 metros. Cuando bajamos a buscar la moto nos encontramos con un grupo de españoles y a un joven francés; Guillemme, lleva casi 4 meses viajando sólo con su coche ¡un gran aventurero!
No sabemos en que momento entramos en territorio Kurdo, pero todo cambió. Al cruzar pueblos la gente nos gritaba y algunos niños nos llegaron a tirar botellas de plástico, desde luego no éramos tan bien recibidos. Tuvimos que parar en un pueblo para buscar internet, Jose entró en un local y yo me quedé fuera con la moto, en cuestión de minutos varios hombres me rodearon, no decían nada, solo estaban ahí inmóviles, con la mirada perdida, por momentos pensé que eran zombies que iban lanzarse a mi cuello. No fui capaz de sacar la cámara de mi bolsillo para inmortalizar tremenda escena. Eso sí, los niños que se acercaban si hablaban, sólo decían: “money money”, querían dinero.
Logramos alejarnos del gentío, fuimos ascendiendo por un puerto de montaña. A nuestra derecha veíamos el lago Van (el más grande de Turquía) y por la izquierda el sol se ponía hasta unirse con el lago del cráter Nemrut. La carretera termino y continuamos por una pista de tierra, el lugar no dejaba de sorprendernos, estábamos a 2.600 metros y habíamos pasado de casi 45 grados de temperatura a 18. Llegamos hasta el final de la pista, donde a modo de pedestal pusimos nuestra tienda. Inolvidables las vistas del lago Nemrut Dagi, allí encontramos algo tan bonito y difícil: el silencio.
Por la mañana recogimos todo muy temprano y bajamos al pueblo más cercano, Tatvan, donde desayunamos al lado del lago Van y volvimos a ponernos en ruta.
La despedida de Turquía tenía que ser a lo grande; Ararat el pico más alto del país, con 5.165 metros, un volcán inactivo con nieves perpetuas en la cima. Nos alojamos en el Hotel Ararat de Dogubeyazit, curioso que al carecer este de parking nos dejaron meter la moto en el portal, al lado de la recepción. Ahí estuvo nuestra moto dos días, flamante dando la bienvenida a todo el que entraba al hotel.
La primera noche cuando estábamos a punto de irnos a dormir, recibimos un mensaje en el teléfono: -¡Estamos con vuestra moto! No podíamos creerlo, Si Kalian y Jefferson, los moteros americanos con los que habíamos estado en Estambul también habían llegado a ese hotel. Corrimos a darles un abrazo, estaban muy cansados, ya por la mañana en el desayuno pudimos charlar.
Nos dió pena despedirnos de tan maravilloso pais, donde la gente nos ha tratado genial y nos han permitido disfrutar y sentirnos como en casa. A tan sólo 30 km teniamos la frontera con Irán, en la cual pasamos 4 largas horas….. pero lo contamos en la siguiente crónica.
Enhorabuena!! desde GS life
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