Por José Mª García y Pilar Moreno
Llegamos a la frontera de Camboya, lo primero que conocemos de este país es un test sanitario que nos hacen, justificación para pedirte algo de dinero. Compramos el visado de entrada, sellamos el Carné de Passage y territorio nuevo para nosotros.
Siempre hay expectación al cruzar una frontera. Los primeros días vas viendo cómo funciona todo y cómo es la gente, la comida, los alojamientos, el tráfico, etc. Unas veces tienes más información y otras menos, pero siempre hay cosas que no has leído. Una de esas cosas fue ver la cantidad de niñas y mujeres que hacen su vida diaria en pijama coloridos ¡Qué cómodo!
Sacamos dinero y, sorpresa, todo el país funcionaba también con dólares, además de con su moneda, el riel. Ya teníamos dinero y tocaba repostar. Debían quedar dos litros en el depósito, llenamos y, otra sorpresa, ¡entraron 35! Era imposible que hubieran entrado más de 31, así que le dije que estaba mal y que no le pagábamos más de 32 litros.
Llegamos a Kratie, donde pasamos la primera noche en Camboya, a orillas del Mekong: siete dólares por una habitación con baño. Salimos a dar una vuelta y se nos acercó un occidental a darnos el menú de su restaurante. El acento hablando inglés me pareció familiar, le pregunté si era español y acerté. Se llamaba Juan y hacía unos meses que abandonó España y montó un pequeño restaurante. Ya teníamos sitio para cenar. Aunque era de comida local, le pedimos que nos hiciera una tortilla de patatas que, junto con mucha cerveza y la brisa del Mekong, calmaron el calor brutal.
A la capital Phnom Penh llegamos al día siguiente. Elegimos hacer una ruta bordeando todo el río en vez de por la carretera principal. Cada vez que parábamos a hacer una foto o a buscar algo frío que beber, nos rodeaban. No había mucho diálogo, pero era muy buena gente. Alucinaban al ver la moto. A sólo 20 kilómetros de Phnom Penh, nos encontramos con toda la carretera en construcción, sin asfaltar, camiones, kilos de polvo en el ambiente y 40 grados.
Para pasar la noche, miramos en cuatro o cinco sitios de mochileros, pero todos estaban llenos. Al final, sacamos el portátil, buscamos y reservamos online. Al llegar tuvimos sorpresa. En esa calle había varios hoteles y todos, incluido el nuestro, con bodas organizadas durante todo el día. No sé quiénes estaban más sorprendidos, si ellos o nosotros. En la entrada de cada hotel había un arco muy colorido y con la foto de los próximos novios en casarse.
En la ciudad estaba Marko, viajero finlandés con el que habíamos cruzado China y Paquistán. Hicimos algo de turismo, aunque algunos lugares estaban cerrados por la muerte reciente del Rey. En Phom Phen se encuentra el Museo Tuol Sleng, uno de los sitios más tristes en los que hemos estado. Fue fundado en 1980 en la célebre prisión de alta seguridad del régimen de la Kampuchea Democrática S-21 con el fin de conservar pruebas de los actos que provocaron la desaparición de entre uno y tres millones de personas en Camboya entre 1975 y 1979. Antes de convertirse en la prisión de los horrores, fue un colegio. Resultó muy triste pasear por los barracones con alambrada, celdas y salas de tortura, viendo las fotos y leyendo toda la historia de ese sitio. Durante el régimen autoritario de los jemeres rojos, se llevó a cabo el genocidio, por el que murió una cuarta parte de los habitantes del país, cifra no inferior a los dos millones de personas, más las secuelas que ello significó para los camboyanos.
Antes de abandonar la capital, visitamos uno de los cientos de campos de exterminio. Si el día anterior había sido impactante la cárcel, esto fue una experiencia bastante triste también. ¿Cómo puede ser el ser humano tan brutal? Aquí traían a los presos de la cárcel Tuol Sleng diciéndoles que iban a ser trasladados. Por las noches, en camiones, llegaban hombres, mujeres y niños a este lugar para ser asesinados. Los mataban a golpes y los echaban a las fosas comunes. La visita se realizaba con audioguía, que te contaba las atrocidades que allí tuvieron lugar. Las caras de la gente que te cruzabas dejaban claro la dureza de lo que escuchábamos. Un monumento principal en la entrada con ropas, huesos y calaveras recuerda a todo el mundo que lo visita lo que allí pasó. Lamentablemente, ha habido, hay y seguirá habiendo genocidios de este tipo. Muchas veces, mucho más desastrosos por la lentitud de la comunidad internacional en intervenir.
Con bastante mal cuerpo y la cabeza pensando en cómo fue posible aquello, nos pusimos en ruta hacia la costa. Paisajes secos, mucho calor y varios incendios provocados nos llevaron hasta Kep, pequeña población que vive de la pesca y, en especial, del cangrejo. Una veintena de restaurantes con esa especialidad nos recibió: gran homenaje gastronómico, ¡deliciosos!
Y en dos días llegamos a SihanoukVille, la población de costa más turística de Camboya. La primera impresión fue de que no nos gustó mucho. En la zona más céntrica, turistas occidentales alternando con chica locales se mezclaban con mochileros y jóvenes con ganas de fiesta. En la guía recomendaban una playa en las afueras y decidimos ir a ver. Oytres beach, muy diferente, más tranquila y con unos cuantos chiringuitos a pie de playa, fue perfecta para pasar unos días de relax, haciendo snorkel, comiendo pescado, bebiendo cerveza y disfrutando de sus puestas de sol.
Seguimos bordeando la costa hasta Ko Kong y allí celebramos el cumpleaños de Jose con un buen hotel y una buena cena, porque ¡no todos los años se cumplen realizando un gran viaje!
Nuestro siguiente destino en Camboya fue Siam Rep y los famosos templos de Angkor Wat. Había dos opciones para llegar allí, una larga por carretera pasando por Phnom Penh de nuevo y la otra, ir por Battanbang, a través de 250 kilómetros sin asfaltar. Los locales nos comentaron que la pista estaba bien, por lo menos los primeros cien kilómetros, así que estaba claro, por la pista.
A las 8:00 horas estábamos en ruta. Era importante ponerse en marcha pronto, sobre todo si no sabes lo que te espera. Los locales tenían razón: los primeros kilómetros estaban muy bien. Cruzamos las montañas de Cardamon subiendo hasta 600 metros. Todavía hacía fresco y los paisajes acompañaban.
Ya habíamos hecho la mitad de la ruta. Llegamos a una pequeña aldea donde todo el mundo se concentraba en el cruce principal. Una casucha con sillas hacía de bar y la gente disfrutaba de un combate de Tai Box en la televisión. Tomamos algo frío y preguntamos por la pista a Battanbang. Miraron la moto y nos dijeron que teníamos que seguir recto, pero, por sus signos y gestos, entendimos que se iba a complicar.
Arrancamos de nuevo. ¡Como cambió todo! Pista muy estrecha, vadeos, tramos de barro y ondulaciones tan juntas y profundas que circulábamos a 10-20 km/h. Estábamos a 90 kilómetros en línea recta, pero avanzábamos muy lento. A veces nos metíamos por una pista que acababa y nos tocaba dar la vuelta, algo que, con la GS cargada, se convirtió en toda una aventura.
En el GPS vimos que nos dirigíamos a una pista. Desde el cruce donde paramos veníamos sin estar sobre una pista marcada en el GPS. La cosa iba mejorando y, de repente, llegamos a una pista ancha y principal que sin problema nos llevó hasta Battanbang. ¡Vaya día! Ya cayendo el sol terminamos un durísimo día de moto. Tras una merecida jornada de descanso, por fin, llegamos a Siem Reap. Como imaginábamos en una ciudad desde donde se visitan los templos de Angkor, había mucho movimiento y mucho turista.
Para visitar Angkor Wat, teníamos dos opciones, pase de un día o de tres. Optamos por darnos la paliza en una jornada. Salimos de la guesthouse a las 4:30 horas. En las taquillas ya había gente. Todos nos dirigimos al templo principal para ver la salida del sol. No preguntamos y directamente entramos con la moto.
Angkor es una región de Camboya que alojó las sucesivas capitales del Imperio jemer durante su época de esplendor. Ocupa una superficie enorme y está considerada como la mayor estructura religiosa jamás construida y uno de los tesoros arqueológicos más importantes del mundo. Sus monumentos y templos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1992. Supongo que, como a la mayoría de la gente, no nos gustan los sitios tan masificados, pero, ante semejante lugar, no quedaba otra que aguantar y no estresarse.
La salida del sol en el templo principal de Angkor Wat fue una pasada. Había merecido la pena el madrugón. Después del amanecer y de visitar el templo principal, nos fuimos a otro, Ta Prohm, a varios kilómetros. Aquí los árboles y raíces se abrazan a las piedras y paredes del templo
Parada para recuperarnos porque la temperatura ya supera los 35 grados. Por la tarde toca patear la zona de Angkor Thom. Su templo más importante es Bayón, con muchas estatuas de rostros. La puesta de sol desde el templo de Pre Rup puso fin a una jornada maratoniana para poder visitar este increíble lugar. Ni que decir tiene que caímos fulminados esa noche.
La etapa en Camboya tocaba a su fin. Nos dirigimos a Tailandia por una ruta no tan directa pero más tranquila. Por la frontera que cruzamos no debía pasar mucho viajero, porque no sabían cómo sellar el Carné de Passage. Al final, el policía de la frontera me llevó a casa del responsable para sellarlo.
En Tailandia nos esperaban días de playa, buceo y snorkel, la mejor manera de esperar a que la temporada de lluvias terminara en Malasia e Indonesia.
Enhorabuena!! desde GS life
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